Un cuento de Navidad muy diferente

Advertencia: en esta historia no se divisa ningún ángel, tampoco figura “Santa Claus”, ni se produce milagro de Noche Buena alguno, pero es el cuento de Navidad más original y evocador que he leído. Es más, al contrario de la mayoría de los cuentos de este género, este transcurre en las sucias calles de Brooklyn de los 70 y 80, donde corre un viento del infierno; involucra más de algún delito y esconde una que otra mentira. Pero, lo mejor de todo, es que está escrito por Paul Auster.

Paul AusterNo es precisamente por sus cuentos que se conoce a este autor estadounidense, fanático de don Quijote de la Mancha; su fama planetaria viene de sus novelas (“Trilogía de Nueva York”, “Moon Palace”, “El libro de las Ilusiones”, etc.) y de sus guiones, poesías y traducciones. Sin embargo, si tuviera que mencionar una razón por la cual Paul Auster es uno de mis escritores favoritos, diría que es por su calidad de eximio cuentacuentos. Sus novelas rebosan de relatos secundarios y anécdotas que, vengan o no al caso de la trama principal, son siempre cautivantes, entretenidos e imperdibles, simplemente porque están bien contados. Y es que no hay nada más irresistible que una historia bien contada.

Es el caso de “Auggie Wren’s Christmas Story” (“El cuento de Navidad de Auggie Wren”), publicado por primera vez en el New York Times en 1990 y que hoy se ofrece en una bella edición con ilustraciones de la artista argentina ISOL, en sus versiones en inglés y en español, traducida esta por Ana Nuño López. Leerlo no toma más de 10 minutos, pero es tan rico en detalles y elementos sugerentes, que te deja pensando un buen rato.

Los fanáticos de Auster van a reconocer muchos de sus recursos favoritos: Brooklyn como escenario; un personaje/narrador llamado Paul que -oh, casualidad- es escritor; repeticiones; obsesiones; confusión de identidades; y una clara inclinación por la meta-ficción que hace que, hasta el final, no quede claro si estamos ante ficción o realidad.

El narrador es Paul, un escritor a quien se le ha pedido que escriba un cuento de Navidad para el New York Times. El problema es que no se le ocurre nada. Quiere evitar un relato sentimental, nada de historias dulzonas o cuentos de hadas para adultos, pero las ideas brillan por su ausencia, hasta que Auggie Wren viene al rescate y se ofrece contarle “el mejor cuento de navidad que hayas oído nunca” a cambio de una invitación a almorzar.

Antes de entrar a la historia misma, el narrador nos cuenta quién es Auggie Wren, aunque este no es su verdadero nombre, explica. Y es que, como Auggie no queda demasiado bien en el cuento, le pidió que usara un pseudónimo (los nombres son muy importantes en la obra de Auster). Como sea, se trata del vendedor en el almacén donde Paul, el narrador, va a comprar sus cigarros holandeses desde hace más de una década. Auggie es un personaje chistoso, admirador del escritor y que tiene un pasatiempo muy particular: lleva años sacando la misma foto, en la misma esquina de Brooklyn, a la misma hora, todos los días.

El cuento de Navidad que Auggie le relata a Paul tiene que ver sobre cómo adquirió la cámara fotográfica que le ha permitido semejante hazaña, que a esas alturas supera las cuatro mil fotografías. No contaré la historia para no arruinarles el disfrute de descubrirla directamente. Solo decir que en ella no hay sentimentalismos, tal como pretendía el escritor, sino un cuasi dilema moral: Auggie ha realizado una buena obra en el día de Navidad, aunque los medios utilizados no son exactamente los más nobles. Pero, ¿y quién es uno para juzgar?

Elogio a la lentitud

Una de las ideas que más me gustan de este cuento es el elogio a la lentitud que hace el autor, bastante acertado en estos días de ajetreo de fin de año. Al momento de presentarnos a Auggie, el narrador recuerda el momento cuando el almacenero le mostró por primera vez “la obra de su vida”: doce álbumes, uno por cada año, de fotografías dispuestas en secuencia, tomadas cada día en el mismo lugar. “Un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, (…) un implacable delirio de imágenes redundantes”, fue la primera impresión de Paul. No sabe qué decirle a Auggie, todas las fotos le parecen iguales y pasa página tras página de los álbumes fingiendo apreciación.

“Vas demasiado rápido. Nunca lo entenderás si no vas más despacio”, le espeta Auggie.

Y en ese momento Paul comprende. Debe ir más lento para poder ver; debe tomarse el tiempo para observar cada foto. Así lo hace y de ahí en adelante todo cambia, cada foto es diferente. Comienza a descubrir detalles, la luz que varía según las estaciones; los contrastes de actividad entre lunes y domingo; las caras de los transeúntes, distintas cada mañana. Trata de descubrir sus estados de ánimo según esos “indicios superficiales”, indagando en sus dramas invisibles, imaginando historias.

Foto tras foto, álbum tras álbum, pausadamente, consciente de cada detalle que observa –“mindful”, diríamos hoy- Paul ya no se aburre y comprende que el vendedor de cigarros ha estado fotografiando el tiempo: “el tiempo natural y el tiempo humano”.

“Mañana y mañana y mañana”, murmura Auggie tomando prestadas las palabras de Macbeth aunque no su desesperación, a juzgar por la manera en que observa a Paul, sonriendo y con gusto al ver que el escritor admira su obra.

La escena me parece clave para entender más tarde la historia de Navidad que le cuenta el almacenero al escritor, algo así como un artista ayudando a otro artista, desde la perspectiva de Auggie, quien se siente reconocido por Paul.

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«El cuento de Navidad de Auggie Wren» está bellamente ilustrado por la artista argentina ISOL

Como una muñeca rusa, esta estructura de cuento dentro de un cuento tiene el efecto de hacer más borrosa aún la línea que separa realidad de ficción en todo el relato, lo que desata una tormenta de preguntas: ¿El personaje del escritor en el cuento, es el mismo Paul Auster de la realidad? ¿O es solo una casualidad que el narrador en primera persona se llame Paul como el autor? Lo cierto es que, al igual que a aquel, al escritor de carne y hueso también lo llamó el NY Times para pedirle que escribiera un cuento de Navidad.

Similares dudas tiene el narrador sobre la historia que le cuenta el estanquero de cómo consiguió la cámara ¿Es real o inventada? ¿Sucedió o Auggie la inventó para ayudar a Paul? Este no le pregunta y concluye que no importa: “Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad”, reflexiona, con lo que deja al lector cargado de nuevas preguntas. ¿Podemos hablar de verdad en la ficción? ¿Si es ficción, entonces no es mentira?

Habrá que dejar a los expertos que escriban tratados sobre estos y otros recursos postmodernistas. Lo que es a mí, esta ambigüedad me parece deliciosa; se trata de un juego sutil y respetuoso entre autor y lector que hace de este cuento una lectura, a mi parecer, muy sugerente y sobre todo, entretenida.

El relato publicado en 1990 dio origen a la película “Smoke” (1995) del realizador Wayne Wang en colaboración con Paul Auster. La historia del film está más elaborada, pero el escenario y sus protagonistas son los mismos, con Harvey Keitel en el papel de Auggie Wren y William Hurt en el de Paul. Este cuento en particular es relatado en la última parte de la cinta, en un monólogo de 6 minutos, hipnótico y magistral de Keitel en su mejor forma, donde cuenta cómo consiguió la cámara que le permitió realizar la obra de su vida.

Título: Auggie Wren’s Christmas Story

Autor: Paul Auster

Ilustraciones: ISOL

Editorial: Henry Holt and Company (2014)

ISBN: 0-8050-7723-5

Edición en formato digital

 

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