
“Catedrales”, la última novela de Claudia Piñeiro se centra en el misterio de la muerte de Ana Sardá, personaje ficticio cuyo cadáver fue encontrado hace 30 años, descuartizado y calcinado en un sitio eriazo al sur de la ciudad de Buenos Aires. La tragedia quebró a una familia entera; nunca se encontró al culpable. Algunos trataron de olvidar, pero Alfredo, el padre de la joven, no cejó en su afán por saber qué ocurrió con su hija menor, su “pimpollo” de solo 17 años.
Trama perfecta de un thriller, que Piñeiro teje con habilidad y buena prosa, pero que en el fondo y, como ocurre a menudo con el género de novela negra, tiene como trasfondo una crítica social más profunda que revela realidades tanto o más sórdidas e injustas que lo que la escena del crimen deja ver.
La historia se lee ágilmente desde múltiples perspectivas. Siete narradores van contando a su debido turno su particular visión de los hechos, en un relato donde todos hablan, menos Ana: Lía, la segunda de las hermanas Sardá, la más cercana a Ana, agnóstica y alejada de su familia tras su muerte; Carmen, la hermana mayor, de una religiosidad fanática, casada con Julián, un ex seminarista, ambos padres de Mateo, que a la hora del relato tiene 23 años de edad. También cuentan su versión Marcela, la mejor amiga de Ana, afectada de amnesia anterógrada, quien solo tiene recuerdos de lo que pasó hasta la noche de su muerte; Elmer, un criminalista que participó en su época en la investigación y, por último, Alfredo, el padre.
Entre todos logran recomponer para el lector un cuadro bastante exacto sobre qué ocurrió realmente con Ana, de lo cual no hablaré para no arruinarles el suspenso. La fuerza de la historia, sin embargo, no está en descubrir “quién fue”, ya que a mitad de camino en la lectura se empieza a develar cómo se desarrollaron los hechos que llevaron al trágico final. Me parece que lo interesante más bien es la manera en que Piñeiro muestra cómo cada personaje se aferra a su verdad, algunos con honestidad, otros manipulándola para acomodarla a sus conciencias, otros reconociendo sus limitaciones y buscando completarla.
“Creemos que nuestro objetivo es saber “la verdad”, pero en realidad nos referimos a “nuestra verdad”, dice Elmer el criminalista, quien ayudará a Alfredo a encontrar esa verdad que el padre de la joven intuye pero que no osará decir con palabras.
Hay una denuncia importante a la hipocresía social de la obsesión por las apariencias, frecuente en las novelas de Piñeiro. También una crítica fuerte al fariseísmo de ciertos sectores de un catolicismo malentendido -sobre todo hace 30 años- que se apegan a la letra del código para dictaminar qué es y qué no es pecado, condenando a los otros y absolviéndose a sí mismos con espeluznante duplicidad y falta absoluta de caridad.
En todo caso, de la lectura de esta historia queda claro que el verdadero pecador no es siempre el que incumple la letra de la norma, sino su espíritu, así como el verdadero culpable no es siempre el que tipifica la ley.
Aunque ninguno de los siete narradores está explorado demasiado a fondo -lo cual me decepcionó un poco-, Marcela es de los que más me convenció en términos de voz capaz de generar empatía por la necesidad que tiene de que la escuchen. Julián, el ex seminarista, también es un personaje interesante por las contradicciones que encierra, así como Elmer, el criminalista, por ser el personaje más ajeno al núcleo familiar, que aporta una visión fresca y distinta al conflicto. La personificación de ambas hermanas (Lía y Carmen), en cambio, me pareció menos lograda y, en el caso de Carmen, levemente caricaturesca.
La novela cuenta también la historia de vínculos familiares, algunos destruidos, otro recreados y de relaciones de amistad profundas al centro de las cuales siempre se sitúa Alfredo, el padre de las tres hermanas, el personaje con más transformación dentro de la novela y el que me pareció más genuinamente humano en sus luces y sombras.
El buscó la verdad con honestidad y se dejó guiar por otros, al igual que el ciego del cuento de Raymond Carver, “Catedral”, al cual esta novela debe su título. El ciego de Carver nunca había visto una catedral y le pregunta al narrador (vidente) que le describa qué es, pero este no puede hacerlo con palabras. Entonces, el ciego le pide que la dibujen juntos, la mano suya sobre la mano del narrador. Dibujan juntos y solo ahí conoce él qué es verdaderamente una catedral.
“Catedrales” es en definitiva, una historia que atrapa y que a la vez deja reflexionando por un buen rato. Es la novela más reciente de Claudia Piñeiro, consagrada escritora y guionista argentina, autora de numerosas novelas en su mayoría de crimen y misterio, entre las que destacan Betibú (2011) y La viuda de los jueves (2005), ambas llevadas a la pantalla grande.