En modo Quijote

Quijote y SanchoEsta ha sido una larga pausa sin escribir en mi blog y les pido disculpas, pero quiero contarles que no ha sido por falta de lecturas. Al contrario, en este tiempo he andado absolutamente absorta en este loco de El Quijote de La Mancha, cuyas aventuras por fin me animé a leer por completo, tal como las escribió Miguel de Cervantes Saavedra, en sus dos partes, con sus 126 capítulos y más de 1.100 páginas, que me devoré enteritas, una por una, además de un par de otras lecturas anexas que vinieron muy al caso.

No haré una reseña de la novela -para eso están los expertos cervantinos- solo contarles mi experiencia y animar a quienes no lo hayan hecho hasta ahora a lanzarse sin miedo a esta tremenda obra, no importa cuán literato o debutante se sea, ya que es un recorrido fascinante, accesible y sumamente entretenido.

Imposible no tener una idea -aunque sea estereotipada- del Quijote y su escudero Sancho Panza. Me dirán que lo estudiamos en el colegio; que sabemos que forma parte del acervo arquetípico de la literatura universal; que hemos visto obras de teatro, películas y hasta musicales sobre él. Otra cosa muy distinta, sin embargo, es tener una experiencia directa de estos personajes, conocerlos sin intermediarios más que el propio Cervantes. Y eso solo se logra leyéndolo. Entero.

Era una tarea que tenía pendiente hace muchísimo tiempo. Estudié literatura en una universidad británica, donde el canon más bien está teñido por ese otro gigante de las letras que es Shakespeare, por lo que, tarde o temprano, debía equilibrar la balanza y tener una experiencia de primera fuente de la obra del genial español.

Don Quijote de la Mancha

Es cierto que asusta un poco ese halo de “obra magna” que suele rodear a estos títulos que -con justísima razón- han sido elevados a los altares de la literatura universal, aunque a riesgo de hacerlos parecer inalcanzables para el “desocupado lector”, precisamente ese al que se dirige Cervantes. Mejor no pensarlo mucho y fue así que me lancé a su lectura. Para ello, elegí la edición del IV Centenario, de la RAE (Alfaguara, 2004) que tenía juntando polvo desde hace años, con notas de Francisco Rico y prólogos de Mario Vargas Llosa, Francisco Ayala y Martín de Riquer. Casi un kilo de libro, que me las arreglé para llevar a la playa durante el verano, en el tren, el avión y a donde fuera para aprovechar cada minuto libre.

A poco andar, comencé a disfrutar de una lectura entretenida, las más de las veces muy cómica, con un lenguaje accesible pese a haber sido escrita hace cuatro siglos y que, cuando no lo es, las notas ayudan a aclarar conceptos.

Creo que el Quijote es una obra que permite leerse a muchos niveles, pero debe primeramente ser abordada por el simple gusto de leer. Solo por ello, ya vale la pena. Disfrutar de su ingenio y su humor; apreciar tanto la comedia como la tragedia que se esconden en cada rincón; conocer a esos personajes tan creíbles, con reacciones tan humanas, que conversan en diálogos tan realistas que da la impresión de estar oyéndolos en vivo y en directo. Gozar de la ironía y la sátira que Cervantes hace de las formas más afectadas y admirar su creatividad narrativa sin igual que nos hace entrar en un laberinto de narradores, de historias dentro de historias, muñecas rusas contadas por moros y cristianos y una meta ficción llevada a extremos tan locos como cuando el mismo Quijote en la segunda parte (publicada en 1615) se admira de conocer a otros personajes que ya han leído sobre sus aventuras descritas en la primera parte de 1605.

Esta inventiva metaficcional es uno de los aspectos que más disfruté de la lectura. También quedé fascinada al disfrutar de primera fuente de la modernidad del Quijote, no solo por su genialidad narrativa, sino que por el tipo de temas que aborda y la forma en que lo hace, que bien podría trasladarse a situaciones sumamente actuales.

La libertad, la justicia, los conflictos y la convivencia entre diferentes grupos étnicos y religiosos, las migraciones, las expulsiones, la mezcla racial, la identidad, la temática de la mujer, la esclavitud, el amor, los celos, la corrupción y los desafíos del arte de gobernar son algunos de los temas que recorren las aventuras quijotescas y van reflejando a un Cervantes muy adelantado para su época. Continuar leyendo «En modo Quijote»

A mi padre lector, ¡feliz cumpleaños!

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Foto: Gaelle Marcel en Unsplash

¿De dónde nos viene el gusto por la lectura? ¿Se hereda, se adquiere o se nace con él? ¿Se “respira” en la casa, se aprende de un maestro o nos llega por pura casualidad, gracias a un libro que nos enganchó en un momento crítico? Yo diría que es un poco de todo, pero me atrevo a afirmar que, en la mayoría de los casos, nos contagiamos con este bichito desde niños y que siempre hay una persona clave a quien agradecerle que nos enamoremos de los libros.

En mi caso, esa persona es mi papá y, sí, adivinaron que todo este preámbulo es una buena excusa para hablar de él, porque hoy cumple 80 años y se merece un homenaje. Así es que, permítanme esta entrada más personal de lo que suelo escribir en mi blog, pero pienso que viene absolutamente al caso, ya que precisamente su título “El gusto de leer” se lo debo a él.

Si con mi madre aprendí a amar la música, mi papá me enseñó a disfrutar de la lectura. Aprendí a leer con el Silabario Hispanoamericano -¡horror, estoy revelando mi edad!- pero mis primeros pasos en la literatura los di zambulléndome en las aventuras del Pato Donald y sus sobrinos y riendo con las rabietas del Tío Rico que tan bien retrataba la revista “Patolandia” que mi papá me compraba religiosamente apenas salía a la venta en quioscos. “Condorito” era otra infaltable, sobre todo cuando leíamos juntos los chistes y él imitaba a Pepe Cortisona o le hacía voces a Garganta de Lata.

Crecí en una época sin pantallas -salvo la del único televisor en blanco y negro de la casa, que transmitía a partir del medio día-, pero no creo que esa fuera una condición suficiente para abrazar la lectura; basta ver que muchos niños de aquella época hoy no son adultos lectores, y también conozco niños actuales que, pese a tanta pantalla disponible, son ávidos consumidores de libros. En mi caso, leer era una experiencia entretenida que desde temprana edad asocié con buenos momentos con mi padre; a veces incluso no hacía faltar leer, bastaba que me contara algún cuento antes de dormirme, para inculcarme para siempre el gusto por una buena historia. Fue así como recién en la secundaria me di cuenta de que, sin saberlo, ya había “leído” una buena parte de “Don Quijote de la Mancha”, ya que las desventuras de la princesa Micomicona y las aventuras de Sancho en la Insula Barataria habían sido relatos frecuentes de mi padre en esos días de infancia.

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El arte de pintar la lectura

El libro y el acto de leer pueden dar origen a grandes obras de arte, sobre todo si el que sostiene el pincel se llama Fray Angélico, Pablo Picasso o Edward Hopper, por mencionar algunos de los pintores incluidos en “L’Art de Lire, de la Renaissance au XXe siècle”, de Editions Artlys, una verdadera joyita que encontré la semana pasada hurgando -¡sí, nuevamente!- en la tienda de un museo, esta vez, el Petit Palais en París.

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Jean-Jacques Henner, «La Liseuse» (1889-1890) Oleo sobre tela. París, museo nacional J-J Henner

En poco más de 70 páginas del tamaño de postales, este pequeño libro da cuenta de 30 pinturas realizadas por artistas desde el Renacimiento hasta el siglo XX: Van Gogh, Renoir, Durero, el Greco, Cézanne, Magritte y tantos otros que se dejaron llevar por alguna escena de lectura o de escritura y que, reunidos, constituyen un interesante elogio del libro a través del tiempo

Más que leerlo -aunque sí tiene buenos comentarios-, este libro se mira y se vuelve a mirar, una y otra vez, sin que canse. Porque pese a que el tema es el mismo, cada obra es un mundo diferente de colores, detalles e intenciones. Ordenadas cronológicamente, las pinturas van revelando el transcurrir de la historia, los cambios sociales y las nuevas prioridades de cada época a través de la mirada que cada artista da a este pequeño objeto, el libro, el cual va adquiriendo distintos contenidos, significados y usos con el paso de los siglos.

Así, las primeras obras son de carácter religioso y el libro por excelencia es la Biblia o el Libro de las Horas, que vemos en manos de la Virgen María, en varias escenas de la Anunciación, como la famosa de Fray Angélico (1425-1428) o de María Magdalena en la pintura de Piero di Cosimo (1501). Tanto en el Renacimiento como en el Barroco el libro es representado como objeto de atención de eruditos: San Agustín escribe en su estudio repleto de folios, en la obra de Carpaccio (1503-1507) y San Jerónimo traduce la Biblia en la pintura de Caravaggio (1605-1606), entre otros ejemplos.

Pasa el tiempo y ya los libros perfilados en las pinturas son más variados; se trata Continuar leyendo «El arte de pintar la lectura»