¿Existe el tiempo? El tiempo somos nosotros

20180922-DSC04085El tiempo nos inquieta. A veces nos falta; otras, nos parece que pasa tan lento. De jóvenes, sentimos que nos queda mucho; más viejos, percibimos su finitud. En el intertanto, tratamos de disfrutarlo, de aprovechar el “momento presente”. ¿Cómo se explica entonces que, mientras las personas comunes y corrientes tenemos la absoluta certeza de vivir inmersos en el tiempo, la ciencia afirme que el presente en el universo no existe?  ¿Cómo es que percibimos el paso del tiempo si al parecer vivimos en un mundo sin tiempo?

Esta es la pregunta central que aborda el libro “El Orden del Tiempo”, de Carlo Rovelli, un físico teórico de pelo desordenado y una pasión contagiosa por intentar dilucidar los misterios del tiempo desde la rama a la cual ha dedicado su vida, la gravedad cuántica.  Al igual que otros grandes de la divulgación científica – Hawking, Sagan o deGrasse Tyson, por mencionar algunos -, el estilo de este renombrado investigador italiano es claro y didáctico, pero agrega además una perspectiva filosófica y humanista – a veces incluso poética – que me parece que completa su enfoque y lo acerca al lego. Lo hace resonar con fuerza a nivel personal al hacer compatible lo que hoy la ciencia sabe del tiempo en el universo con la mirada que de él se tiene desde nuestra condición humana.

Llegué a este libro después de ver una entrevista a Rovelli que pasaron por televisión hace unos meses. Su pasión y claridad me empujaron a hacer el intento de leerlo, tentada además por la promesa – tanto del periodista como del científico – de que serían 170 páginas de lectura accesible para alguien tan ignorante en física como yo.

Confieso que la tarea no fue tan fácil como pensé, pero sí absolutamente gratificante.

El libro se divide en tres partes, pero como en una novela policial, habrá que esperar a la Continuar leyendo «¿Existe el tiempo? El tiempo somos nosotros»

El arte de pintar la lectura

El libro y el acto de leer pueden dar origen a grandes obras de arte, sobre todo si el que sostiene el pincel se llama Fray Angélico, Pablo Picasso o Edward Hopper, por mencionar algunos de los pintores incluidos en “L’Art de Lire, de la Renaissance au XXe siècle”, de Editions Artlys, una verdadera joyita que encontré la semana pasada hurgando -¡sí, nuevamente!- en la tienda de un museo, esta vez, el Petit Palais en París.

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Jean-Jacques Henner, «La Liseuse» (1889-1890) Oleo sobre tela. París, museo nacional J-J Henner

En poco más de 70 páginas del tamaño de postales, este pequeño libro da cuenta de 30 pinturas realizadas por artistas desde el Renacimiento hasta el siglo XX: Van Gogh, Renoir, Durero, el Greco, Cézanne, Magritte y tantos otros que se dejaron llevar por alguna escena de lectura o de escritura y que, reunidos, constituyen un interesante elogio del libro a través del tiempo

Más que leerlo -aunque sí tiene buenos comentarios-, este libro se mira y se vuelve a mirar, una y otra vez, sin que canse. Porque pese a que el tema es el mismo, cada obra es un mundo diferente de colores, detalles e intenciones. Ordenadas cronológicamente, las pinturas van revelando el transcurrir de la historia, los cambios sociales y las nuevas prioridades de cada época a través de la mirada que cada artista da a este pequeño objeto, el libro, el cual va adquiriendo distintos contenidos, significados y usos con el paso de los siglos.

Así, las primeras obras son de carácter religioso y el libro por excelencia es la Biblia o el Libro de las Horas, que vemos en manos de la Virgen María, en varias escenas de la Anunciación, como la famosa de Fray Angélico (1425-1428) o de María Magdalena en la pintura de Piero di Cosimo (1501). Tanto en el Renacimiento como en el Barroco el libro es representado como objeto de atención de eruditos: San Agustín escribe en su estudio repleto de folios, en la obra de Carpaccio (1503-1507) y San Jerónimo traduce la Biblia en la pintura de Caravaggio (1605-1606), entre otros ejemplos.

Pasa el tiempo y ya los libros perfilados en las pinturas son más variados; se trata Continuar leyendo «El arte de pintar la lectura»

Paseando con Charles Dickens periodista

¡Me encantan las tiendas de museos! No puedo salir de una exhibición sin pasar por ahí e invariablemente encuentro algo original que comprar. Fue así que encontré este libro de Charles Dickens hace poco más de un mes, hurgando en la tienda del museo de Historia Natural de Londres, luego de visitar la muestra titulada “Life in the dark”, una fascinante exhibición sobre creaturas nocturnas de agua y tierra que estará abierta hasta enero próximo.

20181009-DSC04135Acomodado entre peluches de murciélagos y posa-vasos con forma de lechuza, el libro de Charles Dickens “Night Walks” (Paseos Nocturnos) me atrajo de inmediato, ya que con lo mucho que he disfrutado desde chica leyendo “David Copperfield”, “Grandes Esperanzas” y otras de sus novelas, jamás había escuchado de esta obra.

Se trata de un breve volumen de 112 páginas que tienen la cualidad de mostrarnos la propia voz del escritor victoriano a través de ocho relatos de no-ficción, una pequeña muestra de su vasta obra periodística que desempeñó durante toda su vida.

El título del libro -que justificó, supongo para mi suerte, venderlo a la salida de una exposición sobre animales nocturnos – corresponde al primer ensayo de la antología, escrito en 1860, donde Dickens narra sus caminatas nocturnas por Londres, única forma de enfrentar un grave insomnio que lo aquejaba por esa época. Entre medianoche y el alba, el escritor camina y observa una ciudad que “se revuelve y sobresalta antes de dormirse” hasta hundirse en un sosiego que Dickens -incapaz de dormir a esas horas- aprovecha para reflexionar sobre la soledad, el sueño del sano y la locura del insano, al tiempo que relata la pobreza y miseria que va observando a su paso.

Porque si sus novelas son famosas por retratar con gran realismo la situación de pobreza y vulnerabilidad en la Inglaterra victoriana, sus relatos periodísticos describen ya no a personajes ficticios, sino a personas de carne y hueso, trabajadores sin calificación en su mayoría, a los que él visita en sus casas y, para ponerlo en términos de nuestros tiempos, les pasa el micrófono para que cuenten su situación.

Así, en uno de los artículos escuchamos a la madre de una joven obrera que cuenta cómo esta muere de intoxicación por plomo, ya que trabaja por unos pocos peniques manipulando el metal; a la esposa de un calderero desempleado que explica lo poco que recibe ella por sus costuras, único sustento de su familia, después de pasar por los intermediarios; y a un cargador de carbón inválido cuya familia espera que el hijo mayor traiga algo esa noche, ya que no les queda nada para comer.

Parecen historias sacadas de sus novelas, pero, por el contrario, son parte de la realidad que alimentó a su ficción. En otro ensayo, describe las paupérrimas condiciones de la “Workhouse” (asilo para indigentes) de mujeres de Wapping, así como la expresión fantasmagórica de algunas ancianas residentes, las que recuerdan de inmediato a Miss Havisham, personaje que nacería por esa misma época en “Grandes Esperanzas”. Continuar leyendo «Paseando con Charles Dickens periodista»