
Hernán Rivera Letelier
DEBOLS!LLO, 2017
ISBN: 978-956-325-337-5
107 páginas
Tras leer varios libros de no ficción, decidí refrescar un poco la mente con una buena historia repleta de imaginación y fantasía de uno de mis autores chilenos favoritos, Hernán Rivera Letelier. “Romance del duende que me escribe las novelas” (2005) no se deja catalogar fácilmente en un género determinado y quizás por ello su lectura es tan cautivante. Ficción o no ficción, novela, biografía o cuento fantástico, poco importan las etiquetas. Sobre todo, cuando la narración rebosa de una inventiva capaz de transformarse en metáfora y buena excusa para tratar temas fundamentales que a nadie deja indiferente, independiente de si creemos o no en los simpáticos duendes pampinos que plagan el relato.
Ante todo, “Romance…” es una narración entretenida, tierna y llena de poesía y humor, lo que nunca falta en las obras de Rivera Letelier. En poco más de cien páginas, el escritor nos cuenta buena parte de su vida en la pampa atacameña, partiendo por su infancia, cuando el duende -que jugaba a escondidas con sus bolitas de vidrio- le habló por primera vez y se convirtió en algo así como su “maestro de pensamiento”.
Travieso y meditabundo; sabio y juguetón, su duende lo acompañó en las buenas y en las malas -sobre todo tras la muerte de su mamá – hasta que dejó de ser niño, esto es, cuando “de improviso me dio por pensar en el universo, en Dios, en la vida; en quién era yo, en suma. Y una desolación infinita invadió mi espíritu”. Llegado ese momento, el duende le advierte que ya no lo verá más, ni podrá conversar con él, pero que de alguna manera sentirá su presencia.
A partir de entonces, el tono es nostálgico, se anhela el reencuentro y se emprende la búsqueda de este ser tan misterioso como benéfico. Debo confesar que el pacto ficcional que se establece con el autor es tan fuerte que, al menos en mi caso, durante todo el resto del relato no quise otra cosa más que el narrador volviera a ver a su querido duende.
El proceso dura años, transcurre una vida, pero la infancia reaparece continuamente, como si siguiera viva en un rincón de la mente y el corazón del narrador. Aunque escrito por el autor adulto, la voz es la del niño que no deja de sorprenderse, de preguntarse, de ver «duendes y duendas» en muchas personas que, aunque no lo parezcan en su físico, sí tienen la actitud propia de estos seres: “además de ir por la vida con sus luces encendidas y el velamen de su ánimo a todo viento, poseen un rasgo característico: lucen como niños asombrados. Viven en perpetuo asombro.” Dan ganas de tener un duende amigo.
“Romance …” es la historia de una mente abierta, de ojos atentos a ver lo que otros no pueden o no quieren ver, de un espíritu dispuesto a dejarse entusiasmar por la poesía, la música y un buen cuento. Tal vez en eso consiste el talento creativo del escritor, quien reconoce que “las páginas más felices, los párrafos mejor logrados, aquellas frases tocadas fugazmente por el resplandor de la epifanía, me las escribe mi duende. O me las corrige”, tal cual les ha ocurrido a muchos otros artistas.
Escenario de esta historia es el desierto, la pampa como personaje y marco de su vida, recurrente en toda la obra de Hernán Rivera Letelier. Una vastedad que quema y que imanta; un espacio que lo vio crecer y que ahora acoge a lobos solitarios, que se quedan viviendo en pueblos abandonados, en oficinas salitreras que fueron cerrando una a una, dejando tras de sí el esqueleto de palos y fierros de lo que alguna vez fue vida en uno de los territorios más secos del mundo.
El desierto como telón de fondo no es casualidad, sino más bien metáfora. Una de las razones por las que el duende dice que se quedaba en esas soledades, además de haberse “empampado”, era porque “el desierto constituía una gran lección de austeridad. Que, si la gloria la daban los palacios y la fortuna los mercados, la virtud solo la entregaba el desierto”. Agregaba este pequeño sabio que el desierto es “el lugar por antonomasia para encontrarse, (…) para aprender a vivir consigo mismo”.

Silencio y soledad son dos conceptos que aparecen con insistencia a lo largo del relato. Silencio buscado, soledad querida. ¿Soledad del escritor? Y es que los duendes no se encuentran cuando uno está en medio del ruido y rodeado de gente. Qué mejor que el desierto, donde “la soledad es absoluta, y el silencio universal”, dice el narrador. “Puro, sólido, traslúcido como una piedra preciosa”, así es el silencio del desierto, el cual no se quiere romper, a menos que valga la pena. Por eso que lo primero que le recomienda su duende es que “es mejor callar si lo que se va a decir no es más bello que el silencio”.
El niño soñador, silencioso y solitario que fue, lo escucha atentamente.
Me gustó este libro por su simpleza y su poesía, pese a estar escrito enteramente en prosa. Lo disfruté porque evoca imágenes de infancia, a la vez que hace resonar procesos tanto de duelo como de reencuentro, sin melodrama, sino con el toque justo de emoción y buena dosis de humor. En definitiva, una breve lectura que vale la pena regalarse.
Oficinas salitreras como esta de Humberstone (desierto de Atacama) vieron crecer al niño y su duende. Hoy, verdaderos pueblos fantasma, forman parte del patrimonio de la humanidad de Unesco.
El autor
Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) es un prolífico escritor chileno que saltó a la fama en 1994 tras la publicación de su primera novela “La Reina Isabel cantaba rancheras”, premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura y de gran éxito internacional. Desde entonces, ha publicado más de quince títulos, entre los que recuerdo con especial aprecio “Fatamorgana de amor con banda de música” (1998) por su humor y la capacidad de envolver de manera tan potente al lector en la atmósfera y vida de la pampa salitrera.
“Santa María de las flores negras” (2002) es otra de sus novelas que me impactó. Narra a través de algunos personajes ficticios y otros reales, el episodio desgraciadamente real, trágico y sangriento, ocurrido en 1907 en la ciudad de Iquique, en el norte de Chile, de la matanza de la Escuela Santa María, donde murieron miles de hombres, mujeres y niños, obreros del salitre que se reunieron para pedir mejores condiciones de trabajo y de vida.
“Los trenes se van al Purgatorio” (2000), “La contadora de películas” (2009) y “El escritor de epitafios” (2011) son otras de sus novelas que recomiendo.
Después de leer tu reseña me han entrado ganas de más. De este autor ya leí «Santa María de las flores negras» hace años, una novela que cosechó bastante éxito en España, y me gustó mucho.
Un saludo.
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Gracias Daniel por tu comentario. A mí también me quedaron ganas de seguir leyéndolo. De los que mencioné que ya he leído, te recomiendo especialmente “Fatamorgana…”, es mi favorito. Saludos
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