
La paradoja del duelo, del cómo enfrentamos la muerte de un ser querido, es que se trata de un proceso único, donde no hay dos maneras idénticas de llevarlo y, sin embargo, todos sabemos reconocerlo cuando lo tenemos cerca como una vivencia universal y empatizamos de inmediato con quien lo sufre. Transmitir con palabras la esencia de ese penoso camino sin caer en el lugar común, no es tarea fácil y quizás ahí radique el acierto de Milena Busquets en su excelente novela “También esto pasará”, la bien contada historia del dolor de una hija tras el deceso de su madre. Su reacción a la muerte, su manera de apaciguar la pena y de olvidar la ausencia puede que no se parezca en nada a nuestros propios duelos, sin embargo, el relato está tan bien tejido que nos hace revivirlos e identificarnos completamente con la narradora.
Blanca, 40 años, -un alter ego de la autora, hija de la editora/escritora Esther Tusquets- le cuenta a su madre recién muerta todo lo que le sucede, siente y piensa durante las primeras semanas que siguen al funeral. La acción empieza y termina en el cementerio, pero transcurre principalmente en Cadaqués, lugar de su infancia a orillas del Mediterráneo, donde la protagonista ha ido a pasar unos días con sus dos niños, sus dos ex maridos y un par de amigas, a los que se unirán más personajes masculinos, formando una tribu bastante dispar y ruidosa que intentará a ratos sacarla de su pena.
Pese al revuelo del verano, se trata de una novela íntima, donde la trama simple en acontecimientos se pone al servicio de la expresiva narración del adolorido, enrabiado y exhausto mundo interior de Blanca, justo después de enterrar a su madre.
El monólogo interno es ágil, se lee fácil y engancha por su lenguaje coloquial y por lo cercanas que parecen ciertas situaciones y sensaciones. Busquets, en la voz de Blanca, deja correr libremente y con gran habilidad ese flujo de consciencia que la hace saltar de un relato a otro, asociando situaciones banales con algún aspecto de la vida y muerte de su madre. La forma en que Blanca juguetea con el móvil mientras coquetea con un amigo la traslada a la enfermedad materna y a contar cómo temía cada llamada de teléfono durante las últimas semanas; un comentario de su hijo en el auto la conecta al miedo de su madre en la fase terminal; la carnicería de la esquina en Cadaqués, le recuerda los hospitales que recorrieron juntas y así sucesivamente.
Todo la renvía a ella con la violencia de un tenso elástico; todo gatilla algún recuerdo de su último tiempo y también de su propia infancia, la forma en que le hablaba, las peleas, su ausencia al momento de su muerte. No se la puede sacar de su cabeza, de sus pesadillas, de su piel y de su corazón.
Hay recuerdos, pero también está el presente: paseos en barca, sol, fiestas y mucho sexo. Para Blanca, el antónimo de la muerte es el sexo: con su ex marido, con su actual amante, un hombre casado; ganas de sexo con un desconocido que ve en el cementerio y luego en la playa, flirteos incluso con un amigo del que reconoce no sentirse atraída para nada. Sexo como negación de la muerte, la eterna tensión entre Eros y Thanatos de la que hablaba Freud.
Los primeros atisbos de paz, sin embargo, los encontrará Blanca en sus ratos de soledad, a medida que transcurre el relato, siendo las últimas páginas y el Epílogo de esta obra semi-autobiográfica particularmente conmovedores. Por corto que sea el tiempo que comprende la narración, da la impresión de que Blanca crece internamente a medida que avanzan las páginas y que la muerte de su madre será el punto que marque su paso a la adultez:
“Nunca volveré a ser mirada por tus ojos. Cuando el mundo comienza a despoblarse de la gente que nos quiere, nos convertimos poco a poco, al ritmo de las muertes en desconocidos. Mi lugar en el mundo estaba en tu mirada y me parecía tan incontestable y perpetuo que nunca me molesté en averiguar cuál era. No está mal, he conseguido ser una niña hasta los cuarenta años, dos hijos, dos matrimonios, varias relaciones, varios pisos, varios trabajos, esperemos que sepa hacer la transición a adulto y que no me convierta directamente en una anciana.”
El/la que haya vivido la muerte de su propia madre reconocerá en este libro sensaciones y situaciones familiares y, si el tiempo ha pasado en abundancia desde su pérdida, podrá tranquilizar a la autora afirmándole que sí, “también esto pasará”. No totalmente, pero el dolor físico, el agujero en el corazón y la pena incapacitante se superan. Queda la ausencia, la nostalgia, pero, sobre todo, es el amor que permanece.
A través de esta, su segunda novela, publicada en 2015, Milena Busquets se une a una larga tradición de literatura del duelo que integran autores que han buscado procesar la muerte de un ser querido a través de las letras; cada uno, a su particular manera. La lista es enorme, pero se me vienen a la mente Paul Auster (“La Invención de la Soledad”), Joan Didion (“El Año del Pensamiento Mágico”) o Isabel Allende (“Paula”), por mencionar algunos.
Confieso que no conocía a Milena Busquets, hasta que leí hace un tiempo el excelente blog de Aránzazu Gordillo donde comentaba su libro más reciente: “Hombres elegantes y otros artículos” (Anagrama) y hacía referencia a su obra en general. Le hice caso a Aránzazu y fui corriendo a comprar una obra de la autora, este libro que hoy reseño. Demás está decir que valió mucho la pena.
Una lectura excelente. Me alegra que la disfrutases.
Un abrazo y gracias por leer mi blog.
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Gracias a ti por la buena recomendación inicial. Un abrazo y nos estamos leyendo!
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