En modo Quijote

Quijote y SanchoEsta ha sido una larga pausa sin escribir en mi blog y les pido disculpas, pero quiero contarles que no ha sido por falta de lecturas. Al contrario, en este tiempo he andado absolutamente absorta en este loco de El Quijote de La Mancha, cuyas aventuras por fin me animé a leer por completo, tal como las escribió Miguel de Cervantes Saavedra, en sus dos partes, con sus 126 capítulos y más de 1.100 páginas, que me devoré enteritas, una por una, además de un par de otras lecturas anexas que vinieron muy al caso.

No haré una reseña de la novela -para eso están los expertos cervantinos- solo contarles mi experiencia y animar a quienes no lo hayan hecho hasta ahora a lanzarse sin miedo a esta tremenda obra, no importa cuán literato o debutante se sea, ya que es un recorrido fascinante, accesible y sumamente entretenido.

Imposible no tener una idea -aunque sea estereotipada- del Quijote y su escudero Sancho Panza. Me dirán que lo estudiamos en el colegio; que sabemos que forma parte del acervo arquetípico de la literatura universal; que hemos visto obras de teatro, películas y hasta musicales sobre él. Otra cosa muy distinta, sin embargo, es tener una experiencia directa de estos personajes, conocerlos sin intermediarios más que el propio Cervantes. Y eso solo se logra leyéndolo. Entero.

Era una tarea que tenía pendiente hace muchísimo tiempo. Estudié literatura en una universidad británica, donde el canon más bien está teñido por ese otro gigante de las letras que es Shakespeare, por lo que, tarde o temprano, debía equilibrar la balanza y tener una experiencia de primera fuente de la obra del genial español.

Don Quijote de la Mancha

Es cierto que asusta un poco ese halo de “obra magna” que suele rodear a estos títulos que -con justísima razón- han sido elevados a los altares de la literatura universal, aunque a riesgo de hacerlos parecer inalcanzables para el “desocupado lector”, precisamente ese al que se dirige Cervantes. Mejor no pensarlo mucho y fue así que me lancé a su lectura. Para ello, elegí la edición del IV Centenario, de la RAE (Alfaguara, 2004) que tenía juntando polvo desde hace años, con notas de Francisco Rico y prólogos de Mario Vargas Llosa, Francisco Ayala y Martín de Riquer. Casi un kilo de libro, que me las arreglé para llevar a la playa durante el verano, en el tren, el avión y a donde fuera para aprovechar cada minuto libre.

A poco andar, comencé a disfrutar de una lectura entretenida, las más de las veces muy cómica, con un lenguaje accesible pese a haber sido escrita hace cuatro siglos y que, cuando no lo es, las notas ayudan a aclarar conceptos.

Creo que el Quijote es una obra que permite leerse a muchos niveles, pero debe primeramente ser abordada por el simple gusto de leer. Solo por ello, ya vale la pena. Disfrutar de su ingenio y su humor; apreciar tanto la comedia como la tragedia que se esconden en cada rincón; conocer a esos personajes tan creíbles, con reacciones tan humanas, que conversan en diálogos tan realistas que da la impresión de estar oyéndolos en vivo y en directo. Gozar de la ironía y la sátira que Cervantes hace de las formas más afectadas y admirar su creatividad narrativa sin igual que nos hace entrar en un laberinto de narradores, de historias dentro de historias, muñecas rusas contadas por moros y cristianos y una meta ficción llevada a extremos tan locos como cuando el mismo Quijote en la segunda parte (publicada en 1615) se admira de conocer a otros personajes que ya han leído sobre sus aventuras descritas en la primera parte de 1605.

Esta inventiva metaficcional es uno de los aspectos que más disfruté de la lectura. También quedé fascinada al disfrutar de primera fuente de la modernidad del Quijote, no solo por su genialidad narrativa, sino que por el tipo de temas que aborda y la forma en que lo hace, que bien podría trasladarse a situaciones sumamente actuales.

La libertad, la justicia, los conflictos y la convivencia entre diferentes grupos étnicos y religiosos, las migraciones, las expulsiones, la mezcla racial, la identidad, la temática de la mujer, la esclavitud, el amor, los celos, la corrupción y los desafíos del arte de gobernar son algunos de los temas que recorren las aventuras quijotescas y van reflejando a un Cervantes muy adelantado para su época. Continuar leyendo «En modo Quijote»

A mi padre lector, ¡feliz cumpleaños!

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Foto: Gaelle Marcel en Unsplash

¿De dónde nos viene el gusto por la lectura? ¿Se hereda, se adquiere o se nace con él? ¿Se “respira” en la casa, se aprende de un maestro o nos llega por pura casualidad, gracias a un libro que nos enganchó en un momento crítico? Yo diría que es un poco de todo, pero me atrevo a afirmar que, en la mayoría de los casos, nos contagiamos con este bichito desde niños y que siempre hay una persona clave a quien agradecerle que nos enamoremos de los libros.

En mi caso, esa persona es mi papá y, sí, adivinaron que todo este preámbulo es una buena excusa para hablar de él, porque hoy cumple 80 años y se merece un homenaje. Así es que, permítanme esta entrada más personal de lo que suelo escribir en mi blog, pero pienso que viene absolutamente al caso, ya que precisamente su título “El gusto de leer” se lo debo a él.

Si con mi madre aprendí a amar la música, mi papá me enseñó a disfrutar de la lectura. Aprendí a leer con el Silabario Hispanoamericano -¡horror, estoy revelando mi edad!- pero mis primeros pasos en la literatura los di zambulléndome en las aventuras del Pato Donald y sus sobrinos y riendo con las rabietas del Tío Rico que tan bien retrataba la revista “Patolandia” que mi papá me compraba religiosamente apenas salía a la venta en quioscos. “Condorito” era otra infaltable, sobre todo cuando leíamos juntos los chistes y él imitaba a Pepe Cortisona o le hacía voces a Garganta de Lata.

Crecí en una época sin pantallas -salvo la del único televisor en blanco y negro de la casa, que transmitía a partir del medio día-, pero no creo que esa fuera una condición suficiente para abrazar la lectura; basta ver que muchos niños de aquella época hoy no son adultos lectores, y también conozco niños actuales que, pese a tanta pantalla disponible, son ávidos consumidores de libros. En mi caso, leer era una experiencia entretenida que desde temprana edad asocié con buenos momentos con mi padre; a veces incluso no hacía faltar leer, bastaba que me contara algún cuento antes de dormirme, para inculcarme para siempre el gusto por una buena historia. Fue así como recién en la secundaria me di cuenta de que, sin saberlo, ya había “leído” una buena parte de “Don Quijote de la Mancha”, ya que las desventuras de la princesa Micomicona y las aventuras de Sancho en la Insula Barataria habían sido relatos frecuentes de mi padre en esos días de infancia.

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La ceguera con otra mirada

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“Sangre en el ojo”, Lina Meruane. Editorial Literatura Random House (2017). 177 páginas. ISBN:978-956-9766-64-0

Excelente novela “Sangre en el Ojo” de la escritora Lina Meruane, quien ya desde el título nos hace entrar en un juego de palabras donde literalidad y metáfora se mueven inseparables en un baile que va a recorrer todo el relato con gran inteligencia. Lina, la narradora, es una joven escritora, estudiante de posgrado, chilena en Nueva York, quien ha comenzado a quedarse ciega. Literalmente se le están llenando los ojos de sangre, pero junto con ello, también se le comienza a llenar el alma de rabia, miedo y frustración, desplegando una resistencia feroz a la enfermedad y un deseo de revancha que va a salpicar a quienes más la quieren.

La novela relata la angustiosa espera entre el momento en que comienza a ver “sangre derramándose dentro de mi ojo” durante una fiesta con amigos en Nueva York -evento que realmente le sucedió a la autora- y la operación a manos de un renombrado especialista -muy bien retratado-, en la cual tiene puestas todas sus esperanzas de recuperar la vista. No es una espera pasiva; al contrario, Lina está en permanente movimiento, la vemos cambiarse de casa, caminar a tientas en la nieve, ser empujada en silla de ruedas rauda por aeropuertos, para luego desplazarse a trastabillones por el avión en el que viaja sola a Chile. Avanzar parece ser la consigna, como si la narradora temiera que el detenerse la fuera a dejar ciega para siempre.

En este constante movimiento, la idea de la migración opera como telón de fondo y toma diferentes formas a lo largo de la narración: la protagonista, extranjera en Nueva York, viaja a su país, Chile, donde también se siente distinta; la vidente que pasa al mundo de los ciegos, se entera de lo incomprendido que resulta aquel para quienes aún ven, pero tampoco quiere pertenecer a él definitivamente. El cuerpo y la mente de Lina no se detienen, se mueven de un mundo a otro, comparando, tratando de dar sentido a las distintas realidades a su alrededor y emulando en cierta forma a la figura del ciego peregrino, mendigo, maldito, tan frecuente en la literatura desde hace siglos. Encarna así al “otro” errante, aquel que resulta incómodo porque aporta una visión diferente de las cosas, una crítica mordaz a su entorno, ya sea el neoyorquino o el chileno, el vidente o el ciego, porque lo “mira” desde el movimiento y siempre desde el margen.

En el marco de esta espera angustiosa, donde Lina confía en que la cirugía la salvará de la invidencia, la ceguera se impone como otro gran tema. En el aspecto literal, la narradora no escatima detalles -a veces difíciles de leer- cuando se trata de describir los crudos procedimientos médicos, las hostiles salas de espera y los tratamientos más incómodos que pueda imaginarse, a la vez que relata con una precisión cinematográfica los problemas prácticos de no ver, desde lo complicado que resulta viajar en metro hasta hacer una simple maleta.

Pero es en la metáfora donde la ceguera alcanza su mayor riqueza en esta novela. Por un lado, aparece como símbolo de incondicionalidad, del amor ciego, sobre todo en el personaje de Ignacio, su pareja, quien también hace las veces de “lazarillo”, otra figura frecuente en la literatura y la mitología, que recuerda a Antígona guiando fielmente a su padre Edipo, luego de que éste se arrancara los ojos al enterarse del incesto cometido con Yocasta, su madre, sin saberlo. Continuar leyendo «La ceguera con otra mirada»

Las mil formas de llorar

Milena Busquets
“También esto pasará”, Milena Busquets. Editorial Anagrama (2015). 172 páginas. ISBN:978-84-339-9788-3

La paradoja del duelo, del cómo enfrentamos la muerte de un ser querido, es que se trata de un proceso único, donde no hay dos maneras idénticas de llevarlo y, sin embargo, todos sabemos reconocerlo cuando lo tenemos cerca como una vivencia universal y empatizamos de inmediato con quien lo sufre. Transmitir con palabras la esencia de ese penoso camino sin caer en el lugar común, no es tarea fácil y quizás ahí radique el acierto de Milena Busquets en su excelente novela “También esto pasará”, la bien contada historia del dolor de una hija tras el deceso de su madre. Su reacción a la muerte, su manera de apaciguar la pena y de olvidar la ausencia puede que no se parezca en nada a nuestros propios duelos, sin embargo, el relato está tan bien tejido que nos hace revivirlos e identificarnos completamente con la narradora.

Blanca, 40 años, -un alter ego de la autora, hija de la editora/escritora Esther Tusquets- le cuenta a su madre recién muerta todo lo que le sucede, siente y piensa durante las primeras semanas que siguen al funeral. La acción empieza y termina en el cementerio, pero transcurre principalmente en Cadaqués, lugar de su infancia a orillas del Mediterráneo, donde la protagonista ha ido a pasar unos días con sus dos niños, sus dos ex maridos y un par de amigas, a los que se unirán más personajes masculinos, formando una tribu bastante dispar y ruidosa que intentará a ratos sacarla de su pena.

Pese al revuelo del verano, se trata de una novela íntima, donde la trama simple en acontecimientos se pone al servicio de la expresiva narración del adolorido, enrabiado y exhausto mundo interior de Blanca, justo después de enterrar a su madre.

El monólogo interno es ágil, se lee fácil y engancha por su lenguaje coloquial y por lo cercanas que parecen ciertas situaciones y sensaciones. Busquets, en la voz de Blanca, deja correr libremente y con gran habilidad ese flujo de consciencia que la hace saltar de un relato a otro, asociando situaciones banales con algún aspecto de la vida y muerte de su madre. La forma en que Blanca juguetea con el móvil mientras coquetea con un amigo la traslada a la enfermedad materna y a contar cómo temía cada llamada de teléfono durante las últimas semanas; un comentario de su hijo en el auto la conecta al miedo de su madre en la fase terminal; la carnicería de la esquina en Cadaqués, le recuerda los hospitales que recorrieron juntas y así sucesivamente.

Todo la renvía a ella con la violencia de un tenso elástico; todo gatilla algún recuerdo de su último tiempo y también de su propia infancia, la forma en que le hablaba, las peleas, su ausencia al momento de su muerte. No se la puede sacar de su cabeza, de sus pesadillas, de su piel y de su corazón.

Hay recuerdos, pero también está el presente: paseos en barca, sol, fiestas y mucho sexo. Para Blanca, el antónimo de la muerte es el sexo: con su ex marido, con su actual amante, un hombre casado; ganas de sexo con un desconocido que ve en el cementerio y luego en la playa, flirteos incluso con un amigo del que reconoce no sentirse atraída para nada. Sexo como negación de la muerte, la eterna tensión entre Eros y Thanatos de la que hablaba Freud. Continuar leyendo «Las mil formas de llorar»

Esas complicadas criaturas de cable y hueso

McEwan
«Machines Like Me», Ian McEwan. Editorial Jonathan Cape (2019). 306 paginas. ISBN: 978-1-787-33166-2

Año 1982. En una realidad alternativa, el Reino Unido ha perdido la guerra de las Malvinas, los Beatles acaban de lanzar su último álbum y Alan Turing -el gran matemático inglés que descifró en 1944 el código Enigma de los alemanes y aceleró la victoria de los aliados- no se suicidó en 1954 sino que goza de excelente salud. Gracias a sus investigaciones en inteligencia artificial, se ha desarrollado una tecnología capaz de producir robots de aspecto absolutamente humano, de los que se acaban de lanzar a la venta 25 “individuos”: 12 Adanes y 13 Evas. Son caros, pero Charlie Friend, un antropólogo y nerd de la electrónica, que vive al tres y al cuatro de lo que le dan sus transacciones en línea, decide gastarse la herencia que le dejó su madre y comprarse un Adán (Adam), cuya personalidad programará a medias con Miranda, su joven vecina de quien está enamorado.

Dos humanos y un robot, un triángulo complicado pero que a cargo de la pluma de Ian McEwan, el laureado y versátil escritor británico, se transforma en una entretenida e interesante novela, “Machines Like Me” (2019), que aborda problemas humanos actuales, así como cuestiones inquietantes sobre el futuro.

No será la primera ni la última vez que leamos un libro sobre inteligencia artificial y robots de aspecto humanoide. El tema viene dando vuelta por décadas, con Isaac Asimov (1920-1992) a la cabeza como uno de los autores más influyentes entre quienes se han dejado inspirar por esta idea, loca en su época -años 50-, aunque no tanto hoy en día. Puede que no sea una idea original, pero McEwan acierta a darle una vuelta de tuerca adicional con maestría literaria, planteando preguntas interesantes de plena actualidad. Mal que mal, y tal como lo ha dicho antes el autor, los libros de ciencia ficción, más que del futuro, tratan realmente del presente.

A diferencia de los robots de metal y tuercas de Asimov, los de McEwan tienen un aspecto perfectamente humano. De piel suave y movimientos fluidos, están diseñados a la perfección para realizar todo lo que un común mortal es capaz de hacer, desde desmalezar el jardín hasta hacer el amor, además de poseer una habilidad de procesamiento de información con la que un humano no podría ni soñar. Tanta perfección, sin embargo, llegará a complicar la vida de Charlie, quien, a poco andar, se habrá arrepentido de su compra. Adam se ha enamorado de Miranda, le escribe haikus y amenaza con destruir su vida junto con la de su amada.

Como ocurre habitualmente en las novelas de McEwan – en especial “La Ley del Menor” (2015), “Expiación” (2002), “Operación Dulce” (2013) y “Cáscara de Nuez” (2017)- los problemas que enfrentan sus protagonistas tienen siempre un trasfondo moral. Por variada que sea la temática aparente, ésta se transforma en una buena excusa para explorar esa línea a veces tenue que separa la mentira del secreto y este de las verdades a medias, o para ahondar en el dilema entre lo perfecto y lo posible, tan propio de decisiones morales complicadas, donde no existe una salida óptima, sino que solo un mal menor. Continuar leyendo «Esas complicadas criaturas de cable y hueso»

De soledad, silencio y duendes pampinos

H. Rivera Letelier
“Romance del duende que me escribe las novelas”
Hernán Rivera Letelier
DEBOLS!LLO, 2017
ISBN: 978-956-325-337-5
107 páginas

Tras leer varios libros de no ficción, decidí refrescar un poco la mente con una buena historia repleta de imaginación y fantasía de uno de mis autores chilenos favoritos, Hernán Rivera Letelier. “Romance del duende que me escribe las novelas” (2005) no se deja catalogar fácilmente en un género determinado y quizás por ello su lectura es tan cautivante. Ficción o no ficción, novela, biografía o cuento fantástico, poco importan las etiquetas. Sobre todo, cuando la narración rebosa de una inventiva capaz de transformarse en metáfora y buena excusa para tratar temas fundamentales que a nadie deja indiferente, independiente de si creemos o no en los simpáticos duendes pampinos que plagan el relato.

Ante todo, “Romance…” es una narración entretenida, tierna y llena de poesía y humor, lo que nunca falta en las obras de Rivera Letelier. En poco más de cien páginas, el escritor nos cuenta buena parte de su vida en la pampa atacameña, partiendo por su infancia, cuando el duende -que jugaba a escondidas con sus bolitas de vidrio- le habló por primera vez y se convirtió en algo así como su “maestro de pensamiento”.

Travieso y meditabundo; sabio y juguetón, su duende lo acompañó en las buenas y en las malas -sobre todo tras la muerte de su mamá – hasta que dejó de ser niño, esto es, cuando “de improviso me dio por pensar en el universo, en Dios, en la vida; en quién era yo, en suma. Y una desolación infinita invadió mi espíritu”. Llegado ese momento, el duende le advierte que ya no lo verá más, ni podrá conversar con él, pero que de alguna manera sentirá su presencia.

A partir de entonces, el tono es nostálgico, se anhela el reencuentro y se emprende la búsqueda de este ser tan misterioso como benéfico. Debo confesar que el pacto ficcional que se establece con el autor es tan fuerte que, al menos en mi caso, durante todo el resto del relato no quise otra cosa más que el narrador volviera a ver a su querido duende.

El proceso dura años, transcurre una vida, pero la infancia reaparece continuamente, como si siguiera viva en un rincón de la mente y el corazón del narrador. Aunque escrito por el autor adulto, la voz es la del niño que no deja de sorprenderse, de preguntarse, de ver «duendes y duendas» en muchas personas que, aunque no lo parezcan en su físico, sí tienen la actitud propia de estos seres: “además de ir por la vida con sus luces encendidas y el velamen de su ánimo a todo viento, poseen un rasgo característico: lucen como niños asombrados. Viven en perpetuo asombro.” Dan ganas de tener un duende amigo.

“Romance …” es la historia de una mente abierta, de ojos atentos a ver lo que otros no pueden o no quieren ver, de un espíritu dispuesto a dejarse entusiasmar por la poesía, la música y un buen cuento. Tal vez en eso consiste el talento creativo del escritor, quien reconoce que “las páginas más felices, los párrafos mejor logrados, aquellas frases tocadas fugazmente por el resplandor de la epifanía, me las escribe mi duende. O me las corrige”, tal cual les ha ocurrido a muchos otros artistas.

Escenario de esta historia es el desierto, la pampa como personaje y marco de su vida, recurrente en toda la obra de Hernán Rivera Letelier. Una vastedad que quema y que imanta; un espacio que lo vio crecer y que ahora acoge a lobos solitarios, que se quedan viviendo en pueblos abandonados, en oficinas salitreras que fueron cerrando una a una, dejando tras de sí el esqueleto de palos y fierros de lo que alguna vez fue vida en uno de los territorios más secos del mundo. Continuar leyendo «De soledad, silencio y duendes pampinos»

Leila Guerriero retrata a Bruno Gelber

L. GuerreiroDe las mil formas que existen de contar una historia, Leila Guerriero sabe encontrar aquella que atrapa desde la primera línea por su energía precisa y su lenguaje vivo; esa que sugiere a través de una prosa inteligente y percute por su veracidad a toda prueba. Eso y mucho más queda en evidencia en “Opus Gelber, retrato de un pianista” (2019), su nuevo libro, donde la periodista argentina nos invita a descubrir al gran músico Bruno Gelber con una mirada nueva, gracias a una inmersión total en el mundo pluri-facético de este artista, con la esperanza de recabar suficientes elementos que permitan esbozar una imagen, por esquiva que sea, de su persona. Tarea nada fácil, pero el viaje realmente vale la pena.

Y es que de buenas a primeras no parece sencillo retratar de manera original a un artista como Bruno Leonardo Gelber -considerado uno de los cien mejores pianistas del siglo XX-, sin caer en la reiteración, el lugar común o una descripción wikipédica de sus enormes logros musicales.

Guerriero se plantea de otra forma. Su texto se basa en el dato duro, la fecha exacta, la información precisa; por supuesto. Pero su arte consiste en dar cuenta de todo ello de modo tal que nos parece estar viendo, escuchando y hasta oliendo a Gelber en el living de su casa.

Y no se queda ahí. La mirada aguda de esta maestra del periodismo narrativo latinoamericano va más allá; perspicaz y sutil, aspira a “ver, en lo que todos miran, algo que no todos ven”, una de sus consignas bases. Detalle a detalle, por nimio que sea, el retrato se va componiendo. Surge así una imagen novedosa y compleja -en las antípodas del estereotipo- de este misterioso artista, aclamado por la crítica musical por más de seis décadas.

Aparte de un reporteo y un trabajo de documentación colosal, la materia prima central de este libro está formada por las horas y horas de entrevistas que Guerriero sostuvo por casi un año con el pianista argentino en su departamento ubicado en el popular barrio de Once en Buenos Aires, donde él se instaló después de casi toda una vida en Europa codeándose con la elite musical y la alta sociedad del lugar. Allí conversan durante largas veladas, solos y acompañados; presencia clases con uno de sus alumnos, cena con él y sus amigos y es testigo de muchas escenas de su vida doméstica.

Para ver eso «que no todos ven», el método de Leila Guerriero es hacerse invisible, dejar que el entrevistado cuente, haga, gesticule, coma y calle como si ella no estuviera ahí. La voz que más se escucha, por ende, es la de Bruno Gelber, quien hace su entrada en el texto con un:

“- ¡Tesssoro! -dice exagerando la ese mientras tracciona con las manos sobre los apoyabrazos y luego con los puños sobre la mesa para levantarse.

– No te levantes, no hace falta.

– Mirá si me vas a mandar vos a mí – dice en un tono de reconvención jocosa, y se yergue sobre sus brazos de Atlante.

– Sentate, pichona”    

Pichona, Rulito, Maravilla, son algunos de los sobrenombres con los que Gelber, con el transcurrir de las páginas, llamará a la periodista, con la que claramente se establece una relación de respeto y confianza mutuos. Recorrerá en idas y venidas su vida entera: su concierto a los cinco años, el primero de los más de cinco mil que ha tocado; la poliomielitis que lo atacó a los ocho y que le dejó la pierna izquierda mala para siempre; su relación con su madre; sus estudios con Scaramuzza; sus años en Europa; sus amores; sus cirugías estéticas; el accidente que le dañó una mano y le obligó a aprender todo de nuevo a los 60 años.

Guerriero es curiosa, pero sabe preguntar lo justo, sin protagonismo. Más que nada, observa y registra. Al relatar, sus descripciones son tan vivas y sus adjetivos tan efectivos que dan ganas que su lectura fuera un virus para contagiarse un poquito: el silencio de las calles es “neutrónico”; el edificio donde vive Gelber es de dimensión “fritzlanguiana”; el entorno en el barrio de La Boca, de urbanidad “batmaniana”; el pelo de Gelber “gaseoso” y algunas de sus réplicas tienen «velocidad de sitcom”. Continuar leyendo «Leila Guerriero retrata a Bruno Gelber»

Madre singular en tiempos difíciles

20181212-DSC04239Sugerente título el del libro de la escritora alemana Angelika Schrobsdorff, “Tú no eres como otras madres”, donde relata la vida de su progenitora, Else, durante la primera mitad del siglo XX en Alemania, guerras mundiales y locos años veinte berlineses incluidos. Tal y como se plantea la frase, ésta promete una historia única de un personaje especial, distinto a otros de su época, a la vez que insinúa un diálogo no banal entre hija y madre, o al menos una mirada introspectiva a una relación compleja de parte de aquélla, quien con ese “tú” indica que le habla directamente a la mamá tan peculiar, como si tuviera algo importante que decirle.

Reconozco lo subjetivo del asunto, pero esas eran al menos mis expectativas al comenzar a leer esta obra, publicada en 1992 en alemán, con gran éxito de ventas, y que recién fue traducida al español en 2016.

En lo primero, el relato no defrauda. La historia de Else Kirschner es en efecto fascinante; una vida cargada de decisiones extremas, guiadas por su inconformismo y ansias de liberación -sexual, religiosa, social, etc.- y una búsqueda de independencia a ultranza, que ya sea por su propia falta de foco o por el excepcionalmente dramático contexto político y social que le tocó vivir, se ven fatalmente truncadas.

En ese sentido, el título no desilusiona. Por el lado de la relación madre-hija, sin embargo, la lectura me dejó gusto a poco. Conoceremos la vida de Else y una parte importante de la de Angelika, nos enteraremos del fuerte apego inicial y las posteriores quejas de una contra la otra, pero, salvo en breves párrafos, no llegaremos a escuchar a la hija reflexionando de manera introspectiva sobre su complejo vínculo, como lo hace, por ejemplo, Vivian Gornick en sus memorias que reseñé hace un tiempo. La promesa del título, entonces, amenaza con quedar incumplida y, al menos en lo que a mí respecta, algo decepcionada.

Nacida de una familia judía y tradicional del Berlín de principios del siglo XX, la joven Else Kirschner no quiere ser ni lo uno ni lo otro. Contra la voluntad de sus padres, se casa con un escritor no judío, con quien tiene a su primer hijo y quien muy pronto la engaña con varias de sus amigas. Momento de quiebre y recomposición en nuevo formato, para dar paso a un matrimonio “abierto”, donde ambos terminan viviendo en la misma casa con sus respectivos amantes, todos anfitriones de fiestas que parecen sacadas de una escena de algún cuadro de Georg Grosz.

Cuenta Angelika que su madre se lanzó a los dorados años 20 “y se lo llevo todo: la cultura y el vicio”. Berlín es en ese entonces una ciudad vibrante, liberada de las rigideces y la disciplina prusiana de la era imperial que había sido derrotada en la primera guerra mundial. La creatividad desborda y las artes buscan nuevas formas de expresión. Es un periodo riquísimo en lo cultural: la época del Bauhaus, de la nueva objetividad, del dadaísmo y del fox-trot; del cine de Fritz Lang y de Murnau, de las obras de Brecht, la música de Kurt Weill y los inicios de Marlene Dietrich.

Berlín es también la capital europea de la vida nocturna, donde las mujeres fuman y toman; bailan y aman a quienes ellas elijan, todo muy bien retratado por Schrobsdorff en la persona de Else, quien se lanza sin freno a disfrutar la nueva libertad de los tiempos. Su objetivo personal: vivir la vida con la máxima intensidad y tener un hijo con cada hombre que ame. Tres fueron los hombres, ninguno judío como ella, y tres los hijos: Peter, Bettina y Angelika, la menor.

La primera parte del libro da cuenta de manera detallada de la intensidad que Else imprime a esta búsqueda del placer que a poco andar ya no era ni tan revolucionaria ni tan contracorriente. Una gran bandada nadaba en el mismo sentido, absolutamente ajenos al mundo real, político y social que los rodeaba. La fragilidad de la naciente república de Weimar, el alto desempleo, la hiperinflación, los asesinatos políticos, nada de eso figura en las numerosas cartas de su madre de esa época, para indignación (retrospectiva) de la hija.

La crítica de Schrobsdorff se acentúa ante la pasividad de su madre y de la mayor parte de su círculo -casi todos no judíos- frente al ascenso al poder del nazismo. Mientras Hitler despoja de derechos y persigue a los ciudadanos alemanes de origen judío, las cartas de Else en el año 1935 hablan de los juegos de petanca en su casa en Pätz, o de las múltiples amantes de Erich, su segundo marido, alemán “ario” y de gran fortuna, padre de Angelika. Ninguno de los dos percibe a tiempo la amenaza; Else se siente segura en su calidad de judía “asimilada” y no atiende a las advertencias de amigos que emigran a Palestina; tampoco cree necesario poner a salvo a sus propios padres -su madre morirá en el campo de concentración de Theresienstadt- y prefiere ocultar a sus hijas su calidad de medio judías.

“Hay momentos en que dudo del sano juicio de mi madre y sus amigos”, se queja la autora, cincuenta años más tarde. No comprende semejante “credulidad, rayana en la obnubilación mental” cuyas consecuencias deberán enfrentar en 1938, cuando ya sea tarde y ella, su hermana y su madre deban emigrar a Bulgaria, perseguidas, en la pobreza y casi total abandono. Continuar leyendo «Madre singular en tiempos difíciles»

Conviviendo con el enemigo

Adversario 1 (2)

A primera vista, “El Adversario” es el detallado y bien investigado relato que hace Emmanuel Carrère de un espeluznante caso ocurrido en 1993, en Francia, donde casi veinte años de mentiras llevan a un falso médico a asesinar a su familia y destruir la confianza de toda una comunidad. Sin embargo, y como suele ocurrir con sus libros, este premiado escritor y periodista francés va más allá, y con gran sutileza nos abre la puerta a una reflexión potente sobre el mal (ese “adversario” al que se refiere el título), la verdad de cada individuo y los extremos a los que se puede llegar para ocultar lo que no nos es grato mirar de nosotros mismos. La puerta está abierta, cada uno es libre de pasar por ella.

Jean-Claude Romand comenzó a mentir a los 18 años. Hizo creer a todo su entorno que se había recibido de médico, cuando en realidad había abandonado los estudios en segundo año de facultad. Tenía convencidos a su esposa, familia y amigos que trabajaba en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra y que hacía clases en la Universidad de Dijon, pero se pasaba los días caminando por los bosques del Jura o sentado en su auto en estacionamientos de centros comerciales. Estafaba a familiares y amigos a quienes convencía para que le confiaran sus ahorros, que él los “invertiría” en la plaza suiza, cosa que por supuesto no hacía. Llegó incluso a venderle, por una cuantiosa suma, a un tío enfermo de cáncer una supuesta droga de punta a la que decía tener acceso y que auguraba su rápida recuperación. Todo, una gran mentira.

Más que una doble vida, Romand tenía, por un lado, una vida inventada y, del otro, nada, el vacío. Nadie, sin embargo, parecía darse cuenta; todos creían en él, era respetado. El comienzo del fin se produjo cuando algunos de sus “inversionistas” empezaron a pedir sus retornos y él se vio acorralado.

La mañana del sábado 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer Florence, y a sus hijos Antoine y Caroline. Más tarde fue a almorzar con sus padres y, después de comer, los mató a ambos y también al perro. El mismo día intentó atacar a su ex amante, sin éxito. De regreso a su casa, ingirió unos barbitúricos expirados y se tendió en la cama, sin olvidar antes de prender fuego al inmueble. Jean-Claude Romand sobrevivió al incendio. Fue juzgado y condenado a cadena perpetua, la que sirve hasta el día de hoy (hace apenas un mes su solicitud de libertad condicional, luego de 25 años de cárcel, fue denegada). Toda Francia se horrorizó ante sus crímenes y se develó la gran mentira que fue su vida.

Hasta ahí el resumen del acucioso y ágil relato que hace Carrère de este caso, fruto de una ardua labor de investigación periodística: entrevistas con sus amigos y visitas a su entorno; asistió al proceso, entrevistó al abogado defensor, estudió a fondo el kilométrico sumario y, lo más relevante, conversó y se escribió por mucho tiempo con el mismo Jean-Claude Romand, quien ya en prisión se convirtió en una especie de interno modelo, volcado a la oración.

Al igual que todo el público que leyó los periódicos de la época, Carrère se fascinó con el caso, ¿Cómo se puede vivir tanto tiempo con alguien y no sospechar nada? ¿Qué pensaba el falso médico durante esos paseos por el bosque? ¿Por qué inició una mentira, si tenía la capacidad y los recursos para haberse recibido de médico? Un sinfín de preguntas que el escritor/periodista trata responder durante su investigación y, en buena parte, lo logra.

Ocurre, sin embargo, que esta fascinación que Carrère experimenta por estos hechos lo complica; lo incomoda, incluso siente vergüenza ante sus hijos «porque su padre escribiese sobre aquello». Es así como este debate interno del escritor -quien es a la vez narrador- y sus reflexiones frente al caso se convierten en la segunda hebra que recorre el texto y se va intercalando con el recuento de la vida de Romand. Continuar leyendo «Conviviendo con el enemigo»

Oscar Bustamante y el arte de crear un personaje redondo

O. Bustamante 1

Nada le sale bien a Carlos Overnead, el narrador y protagonista de la novela “Explicación de todos mis tropiezos”, de Oscar Bustamante. A primera vista, podría encasillársele en el estereotipo del perdedor, la oveja negra de la familia; ese primo, esa tía lejana, ese compañero de curso o conocido que todos tenemos en nuestros círculos a los que todo le sale mal. Aquellos que no dan pie con bola ni en lo sentimental/ familiar, ni en lo laboral, ni en lo económico. Esos que andan siempre en problemas y a los que -seamos francos- muchas veces tendemos a hacerles el quite.

La maestría de Bustamante -escritor chileno que merecería más fama de la que tiene- consiste en transformar este personaje estereotípico, y por ende predecible, en lo que E.M. Foster llama un personaje redondo -en oposición a uno plano-, de aquellos que sorprenden y enriquecen nuestro conocimiento de la condición humana.

Carlos Overnead es un nostálgico empedernido, añora su mundo rural, ese campo de Cauquenes donde nació y se crió y que su padre vendió para pagar deudas y despilfarrar el resto. De ahí en adelante, todo es cuesta abajo para este personaje casi de otro siglo, quien se siente educado “para cultivarme, no para trabajar”. Bueno para el box y el trago, la buena pinta, la simpatía y su excelente gancho izquierdo no le servirán, sin embargo, para enfrentar la realidad del Chile de fines del siglo XX en que está ambientada esta excelente y entretenida novela.

Claramente Carlos Overnead “trae consigo lo imprevisible de la vida” que exige E.M Foster para esos personajes capaces de sorprender. Con su voz tan propia -la única que se escucha en todo el libro y que Bustamante compone con arte y amenidad- el protagonista/narrador nos envuelve en su relato, provocando un sin fin de reacciones, a veces contradictorias, a medida que intenta dar razones del por qué de sus “tropiezos”. Es un personaje complejo, irrita fácilmente con sus aires de superioridad, aunque también saca más de una risa con sus salidas tan criollas y sinceras, a la vez que divierten sus brotes de optimismo delirante. Chocan sus exabruptos de violencia, o su inconstancia casi patológica pero también estremece su honestidad a medida que pasan los capítulos y su vulnerabilidad se hace evidente cuando declara haberse amistado con la derrota y -lo que parte el alma-, haberse acostumbrado al abandono.

La novela está escrita en formato epistolar. Carlos le escribe a su primo Francisco, una especie de Théo van Gogh moderno, al cual el protagonista recurre toda vez que está en aprietos, esto es, a cada rato. Le pide plata, trabajo, que lo saque de la pensión de mala muerte donde ha caído; que venga a buscarlo a la clínica psiquiátrica donde, según dice, lo han internado por alcohólico, aunque la cosa parece más seria. Por lo que nos cuenta el protagonista, efectivamente este querido primo y amigo de infancia con quien jugaba en el fundo del sur, lo rescata de todos sus tropiezos, lo saca de la cárcel, incluso del país cuando ya su permanencia se hace insostenible. Sin embargo, nos ponemos dudosos y no sabemos si al final del día lo que quiere Francisco es sacárselo de encima. Y quién lo culparía, Carlos no es un personaje fácil.

Aunque toda la información la recibimos de voz de Carlos -no conocemos las cartas de respuesta de su primo Francisco-, el autor deja entrever con gran habilidad a medida que avanza el relato, que hay otras versiones que completan la del protagonista, las cuales éste no es capaz de reconocer. Bustamante consigue así el doble efecto de hacernos empatizar con el dolor de Carlos, de que nos identifiquemos con muchas de sus debilidades o al menos comprendamos de dónde vienen y, por otro lado, que nos hagamos un juicio propio -diferente del de Carlos- respecto de las reacciones de los otros personajes, sus ex esposas, su familia, sus amigos y de la relación que tiene con ellos. Continuar leyendo «Oscar Bustamante y el arte de crear un personaje redondo»